Ana Bejerano se ganó un hueco en Mocedades compitiendo con más de 100 cantantes. Corría el año 1985 y el vacío que había dejado Amaya Uranga no se podía llenar con cualquiera. Por eso se eligió a una joven getxotarra que destacaba por su voz y ganas de aprender. Bejerano acababa de cumplir 24 años. Tenía estudios de Magisterio, muy buena mano con los niños pero lo suyo era la música. En Mocedades permaneció hasta 1993 y, más tarde, se incorporó en 2018 a la rama de Mocedades que lidera Javier Garay. También formó parte de El Consorcio. Siguió en la brecha hasta que la salud se lo permitió, sobre todo en coros y orquestas de jazz, con intérpretes de la talla de Miguel Salvador, Carlos Velasco y Edu Basterra.
La artista de ojos risueños y swing meloso –adoraba a Billie Holiday y Ella Fitzgerald– falleció en la madrugada del domingo 2 de enero por una dolencia intestinal crónica. Tenía 60 años y muchos planes. Ofreció su último concierto el 11 de diciembre en la terraza de El Mirador del hotel Igeretxe, a pie de la playa de Ereaga. En aquella ocasión cantó junto al guitarrista Edu Basterra y no faltaron temas como ‘You’ve Got a Friend’, ‘Downtown’, ‘Yesterday’ y ‘Doralice’. Su debilidad siempre fueron el jazz, la bossa nova y las salas pequeñas, donde se podía crear un ambiente más íntimo que en los auditorios mastodónticos frente a miles de personas.
«Yo la conocí hace más de 40 años en el antiguo bar Intermezzo (luego El Comercio) de Las Arenas. ¡Imposible olvidarlo! Ana cantó ‘Summertime’ maravillosamente…», rememoraba ayer el trompetista José Larracoechea, neurólogo jubilado de Cruces y músico hasta la médula. La conocía a la perfección, pero nunca dejaban de sorprenderle los reflejos y buen gusto de Bejerano. «No sabía música pero tenía oficio y un oído fantástico. Le ponías un disco y captaba el ritmo y la afinación a la primera. ¡Qué talento natural! Era un ser humano fuera de lo común. Todo generosidad», recalcaba Larracoechea antes de participar en el homenaje que se le rindió anoche en el Igeretxe ante un nutrido público.
El buen tiempo y los sentimientos a flor de piel dieron alas a la interpretación de ‘Summertime’ en la terraza del local getxotarra. La trompeta de Larracoechea sonó especialmente inspirada. Entre pieza y pieza, muchos aficionados hicieron memoria para recordar los discos de la cantante. Fueron muy variados, en sintonía con la carrera de una intérprete todoterreno que desplegaba un registro vocal amplísimo, capaz de hacer justicia al repertorio de Cat Stevens lo mismo que al de João Gilberto y Harry Nilsson.
En su etapa de Mocedades registró tres álbumes (‘Colores’, ‘Sobreviviremos’ e ‘Íntimamente’); intervino en la banda sonora de la serie de animación ‘Las Mil y Una Américas’; participó en el disco ‘Lilura Urdinak’ con Amaya Uranga y más adelante grabó ‘Todo tiene su sitio bajo el cielo’ en las filas del grupo Txarango. Hace cuatro años lanzó ‘Solitude’, una antología de jazz, bossa nova y baladas.
Muy admirada y querida
«¿Qué más se puede pedir? Pocas tienen tanta versatilidad. Dejando a un lado el heavy y reguetón, Anita se atrevía con todo. Era una artista de primera fila y también muy humilde. Se la admiraba y quería muchísimo, algo que no sucede con todos los intérpretes. Eso explica que tantísima gente, ya fuera de España, Colombia, México y Argentina, no dejara de mandarle cartas… Tenía ángel y carisma», destacaba el guitarrista Edu Basterra, al poco de conocer la noticia de su fallecimiento. Precisamente junto a este músico bilbaíno, una de sus parejas artísticas más estrechas, solía retomar Ana Bejerano los clásicos de Mocedades.
En las actuaciones de ambos, los bises obligados eran ‘Loca’, ‘Secretaria’, ‘Eres tú’, ‘Dónde estás corazón’ y ‘Tómame o déjame’. El respetable siempre daba palmas, hacía los coros y lanzaba besos a la cantante. «La gente se agolpaba para pedirle autógrafos y sacarse fotos. Ella atendía a todo el mundo, daba igual que actuara en un bar o en un estadio de fútbol. Era grande, grandísima de verdad»